Nuestros treinta mil

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memoria, verdad y justicia

POR UNA COMUNICACION POPULAR

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miércoles, abril 08, 2009

PARA DEBATIR. POR EL CAMBIO CULTURAL

Este es un trabajo escrito con el dolor y el desencanto del año 2002.
Con sinceridad creo que es una buena base para discutir cuál es el cambio cultural que de manera impostergable tenemos que producir para cambiar las reglas de juego.
Porque si no cambiamos las reglas de juego, no cambiamos nada.
Y seguiremos bailando con la musica que el sistema nos impone
¿QUE ES ESTO DE LA CULTURA? Estoy en un dilema personal que intento aclarar a medida que voy desarrollando la idea que me instala en este dilema. Estoy convencido que nuestra sociedad llegó a este presente como producto de nuestras propias acciones y omisiones; individuales, grupales, institucionales y corporativas. Estas acciones y omisiones implican una responsabilidad y son consecuencia de conductas determinadas. La idea de la que hablé más arriba es que yo pienso que esas conductas son el resultado de arraigados hábitos culturales que ponemos de manifiesto ante diferentes circunstancias de nuestra vida. Una de las características de los hábitos es que no necesariamente responden a nuestra conciencia. En muchos casos surgen de forma inconciente como respuesta automática ante estímulos, circunstancias, hechos, eventos, y que están estrechamente vinculadas, estas respuestas, a nuestra educación y a costumbres sociales. De ahí el carácter automático o inconciente de la respuesta. Me veo en la necesidad de acotar el ámbito de mi observación, o de mi pretendido análisis (luego de aclarar que no soy sociólogo, antropólogo, ni especialista en comunicación o psicólogo, soy un simple ciudadano que ha elegido el teatro y la escritura como medios de volcar sus sentimientos, tratar de expresarlos y como forma de intercambiar vivencias) yo vivo en la ciudad de buenos aires, en uno de los tantos barrios que la configuran; y transito algunas zonas de la provincia de buenos aires. Lo que me mueve, si se quiere, es una actitud existencial de entender qué pasa a mi alrededor en función de mi interacción con ese contexto y viceversa. Por eso cuando hablo, tal vez ampulosamente, de sociedad, me quiero referir a esa pequeña porción. Que no sé si representa a toda la sociedad, si se puede extrapolar, si sirve como base para una encuesta, o siquiera como mero dato estadístico que pueda o no ser representativo del conjunto. Es tan sólo el síntoma de un dolor que siento en el alma y que si no lo expreso, si no lo suelto para compartirlo aunque sea con el teclado de la máquina y con algún amigo que se sienta conmovido por esta locura momentánea, quizás, que me volvió a asaltar como cuando creía ciegamente que podía cambiar al mundo; digo, que si no lo suelto tal vez se transforme en algo indeseado dentro mío, y pueda lastimarme aún más hondamente. Más arriba, también hablé de dilema. Esto ya es más personal y si se quiere íntimo. La mujer que con la que suelo compartir estos desvaríos (en realidad ella los llama delirios, y no dudo que tenga razón, asumo mi delirio militante) desde su bien fundada objetividad, y creo, desde su amor, intenta hacerme entender que no puedo ser capaz de abarcar tan insondable universo sin perder mi razón en él. Que mucha gente de más renombre y de reconocida profesionalidad se han ocupado del tema, y el universo sigue girando de cualquier manera. No dudo de que esté en lo cierto. Quizás, mi equivocación al hablarlo con ella es trasmitirle mi convicción de que quiero cambiar eso, y peor, de que tengo la manera de hacerlo. Esto tal vez sea producto de mi soberbia, de mi pasión, o de creer que me va a amar más si logro hacer lo que mi loca pretensión anhela. A lo mejor es sólo eso, una expresión de deseos, como ella bien me dice. El dilema entonces, es que temo perderla si sigo adelante con esta tonta idea de pretender cambiar la cultura. Porque de esto trata mi delirio. Yo siempre le digo que hablar con ella me hace bien, porque me baja de las cumbres en las que suelo situarme, y logra ubicarme en el más cercano suelo de la realidad concreta y palpable. Mi miedo, es que un día se canse de bajarme y vaya en busca de alguien normal. Pero, así como no puedo dejar de amarla, no puedo hacer que mi espíritu no busque caminos para transformar esta realidad que me agobia. Y voy a hablar desde lo personal, porque no puedo arrogarme la representatividad de nadie en este tema (aquí también está la mano de ella, o mejor su raciocinio, porque yo pretendía hablar en nombre del hombre común, y ella me hizo comprender que yo no puedo saber qué es lo que le pasa y siente el hombre común. Una vez más tuvo razón) voy a expresarlo desde mis propias vivencias, ardores y dolores. No puedo arrastrar a nadie conmigo. Espero no haberme perdido en medio de tantas palabras, que creo necesarias para poner los límites en los que voy a explayar mis pensamientos, o más bien compartirlos, exponerlos tal vez para encontrar impensados aliados, en mi utopía contra estos molinos de viento. Quiero darle un marco de referencia a los hábitos culturales que mencioné y aclarar que cuando me refiero a cambiar la cultura, sostengo que si modificamos aquellos hábitos, estamos modificando esta cultura. Entonces, para empezar a darle forma al contexto en el que pretendo centrar mi punto de vista, debo decir que voy a tomar los últimos treinta años como espacio de tiempo a observar. Por varias razones, pero la principal es mi propia vivencia. Por lo tanto voy a hablar desde una perspectiva enteramente subjetiva y parcializada por mi personal opinión. Para contextualizar aún más: cuando hable de sociedad, de comunidad, me estaré refiriendo a los límites geográficos que anteriormente he declarado habitar y transitar ( barrios de la ciudad de buenos aires, y algunas localidades de la provincia de buenos aires ); cuando mencione a la dirigencia ( política, gremial, empresaria, deportiva, etc. ) estaré hablando de quienes han transitado ( algunos todavía lo siguen haciendo ) por la vida pública de estos últimos 30 años. Más allá de la visión o percepción que uno pueda tener del país general. La Argentina del 2002 está ante una situación límite, de la cual puede emerger como una Nación, o seguir siendo una pieza de cambio en el juego de ajedrez de los grandes grupos económicos que globalizaron el planeta para seguir ejerciendo el poder. La diferencia está en la voluntad puesta en juego en cada circunstancia. ¿Cómo hemos llegado hasta esta realidad? Retrocedo en el tiempo. Año 1972. Yo estudio teatro en Paraná y Viamonte, centro de la ciudad de buenos aires. Tengo 19 años. A los trece años, en el aula de primer año del ENET N* 32 de Chacarita escuchaba por radio el desenlace de la lucha entre militares azules y colorados. En el año 1969, el Cordobazo me sorprende en el colegio industrial especializado en química, de Lavalle y Salguero, creo que se llamaba "Piñeyro". Este hecho me conmovió, pero no logró decidirme a participar activamente en política. Termino el secundario el 1971, en el colegio nacional J.A. Roca del barrio de Belgrano. Algunos compañeros militaban en la UES. Empiezo a interesarme por la política y la militancia. Era la época del Perón Vuelve. Del Luche y Vuelve. De las pintadas de la "V" sosteniendo la "P". Década dolorosamente gloriosa. Precisamente de esta época puedo mencionar algunos rasgos culturales de mi generación: la visceral necesidad de participar en política, de discutir de política, de hacer política, ponerse de novio con otro/a militante, creer fervorosamente en una patria socialista, en una argentina más justa, solidaria, libre y profundamente latinoamericana, sentíamos de verdad como hermanos a nuestros vecinos uruguayos, chilenos, mejicanos, venezolanos; Cuba era una especie de ideal, no a copiar, sí a emular. El futuro que soñábamos y comenzamos a construir estaba a la vuelta de la esquina, y el resto de la sociedad, no miraba con desagrado ese futuro que proyectábamos e irradiábamos en cada lugar de pertenencia. Esto era palpable. También es un hecho cultural. Año 1972. Acá viene un primer ensayo de la dictadura gobernante contra la causa nacional y popular. 22 de agosto, la masacre de trelew. La sociedad no se traga la mentira pergeñada por la dictadura y algunos medios, de que fué un intento de fuga. Este es otro hecho cultural. Para la sociedad fué una masacre. Otro hecho cultural significativo es el nivel multitudinario de adhesión que la lucha popular generó en la sociedad. Logrando un consenso mayoritario pocas veces visto. Tanto fué así, que la presión de los militantes hizo que muchos dirigentes debieran ponerse al frente de luchas, que de otra forma hubieran dejado pasar ( un rasgo cultural de alguna dirigencia de entonces, que hoy es moneda corriente, digo, dejar pasar las luchas y ocuparse sólo de sus cargos ). La necesidad de participar, es uno de los rasgos culturales más significativos, la solidaridad como herramienta y motor, el compartir los conocimientos ( en realidad, lo llamábamos socializar ), el tratar de que todas las personas conocidas se acercaran a militar, generar reuniones ( peñas, mateadas, charlas, proyecciones, etc.) como excusa para hablar de política y ensanchar la base de militancia. Las unidades básicas estaban siempre pobladas de gente dispuesta a colaborar en lo que pudieran. Podíamos entrar en la casa de cualquier vecino a charlar de política, con la simple clave de decir: venimos de la unidad básica para....y ahí nomás se preparaban unos mates y a hablar de política. Otro rasgo cultural. Eramos del barrio. Eramos de la unidad básica. Eramos compañeros. Todos queríamos a Perón de vuelta. Todos éramos peronistas. Hasta los que nunca lo habían sido. Había un hecho convocante en el cual todos convergían. Cada quien con sus propios intereses como se vería más adelante. Pero lo que quiero remarcar como elemento distintivo, aglutinante y necesario, es : UN HECHO CONVOCANTE QUE ENCOLUMNO A LA SOCIEDAD DETRAS DE UN OBJETIVO COMUN con todas las implicancias culturales que trajo aparejadas en el desarrollo de una estretegia, y las diferentes tácticas para llevarla a cabo. Este era un contexto cultural determinante claro e identificable. Pero no todo giraba en torno de la vuelta del general. Cada barrio tenía su particularidad, sus necesidades, y en torno a ellas se organizaban y se daban sus propias pautas, que luego se insertaban en un contexto más amplio. Lo mismo pasaba en los lugares de trabajo o de estudio. Se estaba construyendo una estrategia de poder desde cada lugar. Una nueva cultura está en marcha. Los medios de comunicación, tienen sus propios intereses. Por lo tanto no eran confiables en cuanto a la veracidad de la información que difundían. Pero los militantes tenían sus propias fuentes de información y circulación de las mismas. Es otro hecho cultural. La construcción de herramientas alternativas a las que el sistema de poder elabora para su propia subsistencia. Creo estar transmitiendo (desde mi declarada subjetividad) lo que se vivía por aquellos años. Era un contexto socio-cultural determinado y ampliamente reconocible por quienes compartieran o no la alegría del futuro cercano y posible que estábamos intentando construir cada día. El punto culminante de ese desarrollo socio-político-cultural fué la asunción del gobierno popular en Mayo del `73. Allí quedó manifestado el más claro consenso mayoritario que la sociedad pudo lograr. Y que hasta ahora no ha podido igualar. Pero la cultura, que es construida por los pueblos, no es estática, es un hecho vivo, como los hombres y mujeres que la generan, al igual que los sistemas políticos, son dinámicos. Desde siempre los sistemas políticos dictan las reglas de juego de acuerdo a los intereses y conveniencias de los grupos de poder que diseñan e instrumentan dicho sistema, y necesariamente construyen el modelo cultural acorde a esos intereses. Ese modelo cultural cuando es representativo del conjunto social, se inserta naturalmente en el sistema. Cuando no lo es, el sistema lo impone con los medios que tiene a su disposición. Como pasó en la década de los setenta, que estábamos construyendo una cultura que colisionaba con las reglas de juego del sistema. Todo sistema político es producto de las relaciones de fuerza de los diferentes grupos que lo componen, y una vez estructurados los diferentes niveles de poder obtenidos por cada sector; los que han logrado una mayor cuota procurarán aumentar la misma a expensas de los otros, o por lo menos mantener la proporción conseguida. En tanto, los que han sido menos favorecidos tratarán de mejorar su posición en perjuicio de los demás. Básicamente se puede decir que este es el juego de la política. Volviendo a Mayo del `73. El modelo que se estaba construyendo venía a cambiar las reglas de juego. De hecho estaba transformando los hábitos culturales de la sociedad. El tema es que esa cultura no logró consolidarse. Por los propios movimientos que generó dentro del sistema y porque el hecho aglutinante que los había generado, desapareció. Paradójicamente, el objetivo logrado (retorno de Perón) fué el comienzo de la desintegración del multitudinario consenso construido hasta ese momento. Es que el sistema, toleró (porque la relación de fuerzas objetivamente no lo favorecía) pero sin aceptar nunca el rumbo que tomaban los acontecimientos, ya que venían a jaquear las mismas raíces de su existencia. Entonces puso en marcha diversos planes alternativos para modificar el curso de los hechos a su favor. Porque toda imposición tiene sus costos en términos políticos, y el sistema nunca quiere mostrar su verdadero rostro, asi la culpa la tienen siempre los instrumentadores que ellos eligen para sus diversos trabajos sucios. Precisamente lo que le faltó al campo popular para consolidar lo conseguido y avanzar en la obtención de mayor poder son planes alternativos y consecutivos al hecho aglutinante que construyó el enorme consenso, y un objetivo contenedor que asimile y resignifique los logros que se van obteniendo. Para que el conjunto lo visualice, pueda valorar los esfuerzos realizados y sostenerse en ese esfuerzo. La historia demuestra que el sistema logró su cometido. No quiero perderme en las palabras que me van llevando de la mano de la historia y los recuerdos. Entonces, podemos estar de acuerdo en que hay un sistema que se viene sosteniendo desde comienzos del 1900, y que fué construyendo un modelo cultural acorde a su propia visión de la realidad. Ese sistema está integrado por seres humanos que se agrupan y relacionan en función de sus gustos e intereses, que no siempre coinciden con los que pretende mantener el sistema de poder institucionalizado. Estos conflictos de intereses son los que motorizan los cambios sociales que luego estudiamos en los libros de historia. Pero estamos en 1973, en medio de los cambios que está produciendo una generación que nació y/o se crió entre los años 40 y 50, muchos de los cuales participaron del 17 de octubre que dió nacimiento al peronismo; y otra generación, que venimos a ser los hijos de la anterior. Una salvedad que no por obvia hay que pasar por alto, el 17 de octubre de 1945, y el advenimiento del peronismo, es un profundo cambio en el andamiaje socio-político-cultural de la Argentina. Que si bien no es el objeto de este trabajo, no se puede ignorar que la lucha sistema-peronismo atraviesa toda la historia de nuestro país desde el nacimiento de este movimiento que está signado a ser el gran protagonista de los cambios en la Argentina. Estamos en 1973, con un gobierno popular que trata de consolidar su poder y un sistema que trata de impedirlo. En medio de esa pugna crecen las organizaciones populares y amplían las bases de apoyo en escuelas, lugares de trabajo, universidades, y en todo lugar que haya una reinvindicación por conseguir, la militancia por la causa popular crece, junto con el desarrollo de la cultura que estos hechos traen aparejados. Todo lugar es bueno para construir el proyecto nacional. Confianza en las propias fuerzas, espacios de discusión y debate, cuestionamiento a los valores del sistema y a los representantes del sistema, creación de diferentes canales de expresión artística, revalorización y reivindicación de figuras que fueron perseguidas por ser peronistas. La solidaridad, la participación, el compromiso, la reivindicación de los compañeros caídos en la larga lucha de la resistencia. El reconocimiento y la liberación de los compañeros que estaban en las cárceles de la dictadura. Reconocimiento hecho no sólo por los compañeros de lucha y militancia, sino por grandes franjas de la sociedad que no asistía a las movilizaciones pero acompañaba desde una solidaridad menos fervorosa o pasional, pero que se expresaba al paso de las columnas populares por los diferentes barrios. Estos son hechos culturales palpables. Perón está en el país. Con esto varios sectores que participaron de ese gran consenso logrado (en especial la dirigencia que acompañó la lucha por presión de la militancia y no por convicción) dieron por terminada la resistencia, la lucha y la construcción del proyecto de liberación nacional. Esta dirigencia, quedó automáticamente del lado del sistema (convengamos que en ese lugar se sienten más cómodos) y la relación de fuerzas comenzó a variar de manera lenta al comienzo, en favor del no-cambio. El sistema socio-político-cultural vigente comienza a inclinar la balanza a su favor. Como inevitable consecuencia se va debilitando la consistencia del amplio frente del campo nacional y popular. El contexto que enmarca esta realidad está dada por un nuevo acto eleccionario, previa renuncia acordada del compañero Cámpora, y la elección de la fórmula presidencial Perón-Isabel (primer paso de los varios que componen el retroceso y posterior derrota del campo nacional y popular), el sistema se fortalece y el campo popular se debilita, al dividirse en torno a la figura que los había aglutinado. Este es otro dato cultural significativo. La certeza que una persona (un salvador) con su solo carisma, capacidad, voluntad e inventiva sin par nos habrá de sacar siempre las castañas del fuego. Para colmo este líder llega en el ocaso de su vida y de su lucidez. Es tema para otra investigación, si vino para ser presidente o para conducir desde afuera, si fué obligado o manejado por su entorno. Lo real es que su accionar fué uno al conducir al conjunto desde el exilio, cuando la juventud que estaba poniendo sueños y sangre, era maravillosa; y otro diferente desde el país, cuando esa misma juventud se transformó en estúpidos imberbes. Esto de manera indudable produjo una profunda división en la amplia base de apoyo que había construido con su generosa lucha, el campo nacional y popular. Estas ostensibles diferencias fueron restando el apoyo de esa amplia franja social que acompañaba desde sus casas el rumbo que tomaba la lucha popular por la liberación nacional. Empezaba el inevitable retroceso que llevaría a la derrota de esa nueva cultura que se estaba gestando codo a codo en la sociedad. El sistema triunfa nuevamente. Se afianza la dirigencia de siempre, como síntesis de lo peor que el movimiento pudo generar. La militancia queda fracturada entre aquellos que responden a la dirigencia, la estructura del partido, o sea al sistema; y aquellos que seguían y seguimos viendo a Evita como bandera de lucha revolucionaria, militantes populares de las diferentes agrupaciones que la juventud supo construir como herramientas para la construcción del proyecto nacional y popular. Pero además estaba la cúpula de Montoneros, que en su afán de reemplazar a Perón en la conducción del conjunto, favorecieron la división. El recrudecimiento del fratricidio que daría comienzo abiertamente con la muerte del General, asi la triple A y los servicios por un lado y Montoneros y las otras organizaciones armadas por el otro se lanzaron a una locura de muerte, que terminó de alejar el apoyo de quienes no eran militantes, y acompañaron con simpatía, hasta entonces, el desarrollo de la lucha. La amplia mayoría de la militancia que no estaba comprometida con la lucha armada quedó expuesta a la inusitada violencia que se desató contra todo lo que pudiera ser identificado con nacional y popular. El peronismo empezaba a desangrarse. La dirigencia política escribiría en imborables letras el llamado que abriría las puertas a la más sangrienta y cobarde dictadura de la cual tengamos memoria y ojalá nunca perdamos esta memoria), lo hicieron con una frase que merecería pintarse en la frente de cada uno de los que fueron ocupando lugares de conducción desde entonces, y que es: NO TENEMOS SOLUCIONES PARA DAR Asi la dirigencia política se lavó las manos, en lo que luego se vería, fué la sangre del pueblo argentino, en cada uno de los militantes torturados, muertos y desaparecidos. La única manera de frenar el sueño que se estaba construyendo, fué asesinar a los soñadores. Se produjo el exterminio de una generación, para preservar el sistema e imponer el plan socio-económico-cultural que los grandes grupos de poder aún sostienen. Lo que para mi queda claro, es que de otra manera no hubieran podido implementarlo. Para eso se inventó la teoría de los dos demonios, pero si no era esa hubieran inventado cualquier otra para justificar lo que debían hacer de forma inevitable, esto es, aniquilar a la generación que estaba empezando a cambiar la realidad desde los hechos cotidianos, en la instrumentación de las propuestas nacidas de la protesta, con el consenso de una sociedad que estaba empezando a acompañar el desarrollo de la lucha por la liberación nacional. Creo que el sistema, en el plano de las ideas y en el terreno concreto de la construcción de esa nueva sociedad, desde los diferentes hechos culturales que fué capaz de generar esa generación, estaba perdiendo una batalla importante, y no lo iba a permitir graciosamente. Ningún sistema se suicida. Por eso se defendió de la forma en que lo hizo y con los socios y aliados que siempre fueron funcionales a sus instrumentaciones. La sangrienta dictadura vino a poner las cosas en su lugar y a dar un mensaje a toda la sociedad, en nombre del sistema: queremos que la sociedad siga siendo como es, y esto (secuestros, violaciones, tortura, desapariciones, muerte de hombres, mujeres y recién nacidos) le espera a todos los que pretendan una cosa diferente, nosotros fijamos las reglas de juego y asi las defendemos. Todos tomamos nota del mensaje. La sociedad respondió como era de esperar. El miedo tiene sus propias razones. El sistema triunfó. Cuando ya le era insostenible, dejó ir a la dictadura. No sin antes obtenerles garantías de los dirigentes democráticos para los asesinos uniformados (Leyes de obediencia debida, Punto final e indultos) que son un insulto a la lucha y a la memoria de todos los compañeros caídos en la lucha por la causa nacional y popular. La democracia obtenida, tiene un límite claro y preciso: respetar las reglas de juego del sistema y dentro de él está contenido el modelo socio-político-cultural. Esta es la dirigencia que nos gobierna desde entonces y que nació (como cada uno de nosotros) dentro de este modelo que ellos (esta dirigencia) no cuestiona ni pretende modificar, porque es dentro del cual lucran con las necesidades del pueblo, y prosperan a expensas de la postergación, el hambre y la muerte de ese mismo pueblo, que paradójicamente los vota puntualmente en las diferentes elecciones desde 1983 a la fecha. El retroceso desde lo socio-cultural es profundo, amplio, evidente y doloroso. Profundo, porque ha llegado hasta límites que nos sitúan en los albores del siglo XX, sobre todo en lo que tiene que ver con lo laboral, leyes y conquistas sociales; amplio, porque salvo los que siempre gozaron de los privilegios y prebendas del sistema, está afectando a todos los segmentos de la sociedad; evidente, porque ha dejado a la vista las mismas raíces de la dependencia que en 1973 estábamos empeñados en desarticular desde el proyecto de liberación nacional; y doloroso, porque hemos perdido treinta años y a una generación de argentinos, que lo que pretendían era precisamente que esto no sucediera. No todo está perdido, porque el pueblo siempre encuentra canales y herramientas para volver a empezar el duro camino del proyecto nacional. Pero sí, es mucho lo que se ha perdido. La pertenencia a lo que históricamente representa el peronismo en nuestra historia de la lucha popular, el sistema ha logrado hacer del partido una institución dócil y funcional al sistema de esta democracia. Resta saber qué es lo que pasa en la conciencia de cada uno de los peronistas que en los `70 nos embarcamos en la lucha por la liberación nacional, y de los nuevos peronistas que han nacido durante esa etapa histórica y que sólo han vivido y conocido el justicialismo del `83 a la fecha, que tiene casi nada de la historia del peronismo. Si bien se están construyendo nuevas herramientas, siento que hay un puente que está quebrado. Es el que unía a la militancia con el vecino desde las unidades básicas, y que mate de por medio, intercambiaban vivencias y experiencias que hacían de la protesta una propuesta, y de cada reinvindicación una bandera que se sumaba en la construcción del proyecto nacional. Existe un divorcio (tal vez momentáneo, seguramente) entre la militancia y quienes (para usar la misma figura que usé más arriba) veían pasar con simpatía las columnas de las movilizaciones desde las ventanas y balcones de sus casas y asentían con gestos de apoyo. Este es el puente que hay que reconstruir para ampliar el consenso de apoyo al nuevo proyecto nacional y popular. Creo que la dirigencia que tenemos, es el producto del modelo socio-cultural vigente y que se apoya en las ruinas que dejó la dictadura a su paso, con todas las secuelas y consecuencias de ese paso, en cada uno de los hábitos culturales que hemos adquirido desde 1983 a la fecha y que podrían sintetizarse: "como hábitos culturales que tienden a que nos adaptemos al sistema que nos aniquila y pretendamos no ver que nos aniquila, cómo lo hace, ni por qué lo hace, porque total siempre ha sido así, es imposible cambiarlo y además no lo vamos a cambiar nosotros, lo que hace falta es que se vayan todos, que venga un....(salvador)... para que termine con esto que ya no se soporta más..." El contenido esencial que encierra ese razonamiento responde a un modelo cultural que el sistema está interesado en que se mantenga, para que nada cambie. Este es el núcleo que en los `70 pretendimos cambiar para instalar un nuevo modelo cultural que estaba basado en el proyecto de liberación nacional y popular. Yo sostengo que si desde cada uno de los que queremos hacer posible ese proyecto de liberación nacional pendiente, logramos desarticular dentro nuestro esos hábitos culturales que pretenden que nos adaptemos al sistema sin cuestionarlo y sin ver que es precisamente este sistema la causa de nuestros males, si cada uno logramos hacerlo desde nuestra propia conciencia y expresarlo en actos y actitudes concretas sobre nuestra propia realidad, estaremos dando los primeros pasos para la modificación de este modelo cultural, y sólo de esa manera podremos modificar las reglas de juego. Porque si no modificamos las reglas de juego, no modificamos nada. Este es el cambio cultural que pretendo y propongo, teniendo plena conciencia que no es tarea de una persona sola. Sino desde cada persona integrada a un proyecto nacional y popular. Daniel Mojica Julio-2002

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