Nuestros treinta mil

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POR UNA COMUNICACION POPULAR

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jueves, septiembre 10, 2009

COMPARTO ALGUNOS CUENTOS DE MIS "HISTORIAS" ESCRITAS ENTRE EL 2000 Y EL 2001

GENERAL IMPUNIDAD Juan ha venido postergando la visita a esa exposición. No por falta de tiempo, sino por una sensación, que es muy difícil de explicar. Y que lo acompaña desde los dieciocho o veinte años, más o menos. Es algo que siente en sus entrañas, o en el alma. Vaya alguien a saber si no son lo mismo. Pero le sucede ante determinadas circunstancias, como esta de la exposición. Donde la publicidad es tan abundante por todos los medios, y en las cuales sólo les falta decir que el que no concurre es un imbécil. Aunque lo sugieren de diversas maneras, en simpáticas y alegres dramatizaciones, hechas a todo lujo, con bellísimas personas de ambos sexos, que se difunden entre bloque y bloque de los programas más vistos de la televisión abierta o por cable. Juan, muchas veces se pregunta si los actores, actrices o modelos que trabajan en esas o en otras propagandas por el estilo, alguna vez las han visto con detenimiento, para analizar los mensajes que ayudan a propalar. Cuando se responde, siempre queda atrapado entre dos fuegos. En una de las trincheras agitan la bandera de “por la plata baila el mono” (esto implica que lo saben, pero no les importa) y, en la otra esgrimen el argumento de “más vale figurar que ser”, lo que ya es toda una definición filosófica. A esta altura, su sensación ya es un mar de gritos. Se resiste a ser uno más de la manada que concurre al promocionado espectáculo, para salir luego decepcionado. Con el mismo sabor amargo del que votó a un candidato que prometió lo que los votantes quieren escuchar; para luego desde el gobierno, agotar el mandato sin llevar a la práctica ni el menor de los compromisos asumidos. Y, al final, dejar el puesto sin una mueca de culpa, con los bolsillos más gordos, y aspirando a un cargo de mayor jerarquía. Porque con seguridad que sí ha cumplido, con sus reales mandantes, que son los que han puesto el dinero para su efectiva campaña. Como a Juan no le gusta hablar de lo que no conoce, y menos criticar sin fundamento, algunas veces cede. Pero es conciente de por qué elige hacerlo. Nadie lo empuja. El resultado, la mayoría de las veces es inversamente proporcional al dinero gastado en publicidad. Debe reconocer, que en contadas ocasiones, valió la pena haber vencido el impulso de no dar el brazo a torcer. Escuchando el eco de sus íntimos pensamientos, toma conciencia que vive en estado de alerta continuo, para que nada ni nadie vulnere su libertad de elegir. Es una actitud refleja que mantiene desde la época de su militancia, en los 70. Con sinceridad, nunca pudo entender cómo, una gran cantidad de personas acepta todo lo que le venden. Porque de eso se trata, de que las personas compren. Autos. Bebidas. Desodorantes. Tarjetas de crédito. Belleza. Juventud eterna. Políticos varios. Delgadez. Tranquilidad de conciencia. Las cosas han llegado al lamentable punto, en que sólo son tenidas en cuenta las personas que están en condiciones de comprar. El resto, quedan afuera de todo. Hasta de la consideración humana. La sociedad en su conjunto ha disminuido al mínimo posible el espacio de solidaridad. La que queda, como históricamente ha sucedido siempre, en las manos y el corazón de los que menos tienen en el terreno material. No hay caso. Desde cualquier ángulo que enfoque la realidad, Juan siempre termina en los alrededores del poder. Es que todos los acontecimientos se relacionan de alguna manera con aspectos del poder. Sus permisos. Sus prerrogativas. Sus prohibiciones. Sus consecuencias en el contexto social. La indiferencia se extiende más de lo soportable para Juan. Aunque nunca ha tenido una respuesta positiva a sus anhelos justicieros, no puede bajar los brazos. Se resiste a pensar por un segundo siquiera, que todo está perdido. Sabe. Siente. O quiere creer, que en algún lugar hay otros sobrevivientes como él, que todavía no perdieron la esperanza. Que todavía se animan a soñar. No se resigna a entregar así nomás sus banderas juveniles que hablaban de un mundo mejor y para todos. El, todavía no enterró sus utopías. Aún cuando muchos, ya las han vendido en el globalizado mercado de la mediocridad. Es que de una u otra manera los valores se han transformado en mercancía. A veces, piensa que está muy loco. Pues, si una simple publicidad es capaz de desencadenar semejante discurrir…pero no se va a dejar convencer. Otras veces, se siente muy solo. Será por sus antepasados vascos. Pero mientras le quede una gota de sangre en sus venas, se opondrá con todas sus fuerzas a la marcada estupidización que avanza por todos los flancos. No. De ninguna manera irá a esa exposición. Y menos ahora, que acaban de pasar por debajo de la puerta una promoción válida por dos entradas sin costo, si carga más de veinte litros de nafta en las estaciones de servicio adheridas a la comercialización del evento. Daniel Mojica Año 2000 RELATO DE UN CRIMEN El hombre sentado frente al periodista, tiene todo el aspecto de un duro. Su rostro parece esculpido en piedra. De no ser por el mínimo movimiento de sus ojos al parpadear, no hay signos de vida en él. El periodista apronta el grabador, y se prepara para escuchar a este individuo, que ha hecho del asesinato, una profesión. De la que según él mismo refiere, se retiró a tiempo. Para no quedar del otro lado de la mira de un fusil. Accedió a esta entrevista porque la garantizaron el anonimato, y por los veinte mil dólares que recibirá a cambio. Luego desaparecerá sin dejar rastros. Pero antes, dejará caer algunos nombres. En todo negocio hay pase de facturas, y no será este la excepción. El hombre se acomoda en la silla, sobre la coqueta terraza del bar. Abajo, el misterioso encanto de Plaza Francia, permanece indiferente a su mirada. Se siente extraño en este paisaje. Pero prefiere una escenografía ajena, antes que los transitados y gastados antros de la avenida Corrientes, o el submundo de Constitución y sus alrededores. El periodista se siente más a gusto. Con el lugar, no con la companía. Pero trabajos son trabajos. En fin. La idea que propuso el reportero, es que realice una narración de cómo encara la tarea, una vez encomendada. Los pasos que sigue. Cómo se instala en el momento oportuno, previo al desenlace. Y cómo ejecuta el trabajo. Al hombre le gustó la idea. El periodista se dio cuenta, por un insignificante movimiento en la comisura de los labios de su interlocutor. Que, dada la economía de gestos de la que hace gala, tradujo como una sonrisa. Entonces, enciende el grabador y escucha en silencio, luego de beber su agua mineral, y ver como absorbe el segundo whisky doble, su ocasional invitado. “Lo primero es conocer la rutina del objetivo asignado. Cuando son personajes pesados, la rutina es no tener rutina. Así que hay que armarse de paciencia. Esperar el momento y saber improvisar. La paciencia es fundamental. Luego de un tiempo de seguimiento y estudio, se establece uno, o a lo sumo, dos escenarios posibles. Hay que hacer un concienzudo relevamiento de los lugares elegidos. Establecer distancias, ángulos, posiciones. Después, analizar más de dos vías de escape, y recorrerlas para evitar sorpresas desagradables, como calles cortadas, barreras clausuradas o cosas por el estilo”. “Una vez planificado todo, y comprobada la factibilidad, se elige el nido para apostarse, a no menos de trescientos metros del lugar. Porque el blanco el peligroso al tener mucha custodia, o porque tiene un olfato agudizado. Sucede que en el momento de apretar el gatillo, la víctima siente como un picazón, o cosa parecida en el lugar que impactará el proyectil. Puede ser una intuición, o un sexto sentido tardío, no lo tengo muy claro. Pero es así.” El periodista le hace una seña, porque la luz del grabador parpadea, y debe cambiarle las pilas. Cuando lo apaga, aprovecha para llamar al mozo y pedir otra agua mineral, y otro whisky doble. Hecho el cambio de pilas, esperan que el mozo vuelva con el pedido. Mientras tanto el hombre reacomoda su silla, y queda oblicuo al edificio de la facultad de derecho. El sol ilumina a pleno esta tarde de otoño cálida y serena. Hay poca gente en las mesas contiguas, quienes poco a poco se van levantando para volver a sus actividades. Hasta que quedan solos. El periodista y el hombre. El mozo deja los pedidos y se retira en silencio, entrando por una puerta de vidrio, que está unos metros detrás del periodista. El hombre mira alrededor, quizás, buscando acercar algún recuerdo, de entre los reflejos que el sol hace jugar en el aire. Nuevamente el periodista hace una seña para indicar que va a encender el aparato. Antes, le recuerda al hombre, que cuando termine la crónica, largue nomás los nombres que quiera dejar grabados. El periodista vislumbró un gesto, que interpreta como un sí. Y enciende el grabador. En tanto, el hombre se distrae con un pequeño destello, más allá de la arboleda. Frunce un segundo las cejas, y se rasca la frente. Cuando saca la mano, un rojo y redondo hueco salpica el grabador. Los ojos del hombre quedan en blanco. Se desploma de la silla hacia atrás. Al caer, voltea la mesa con sus piernas, que tiemblan, por un fugaz instante. Daniel Mojica Año 2001

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