REFLEXIONES ACERCA DE PARÍS
Al levantarnos cada mañana, los pensamientos no
suelen ser muy precisos. Hay cierta reminiscencia de la noche pasada con una
mezcla de sueños no recordados y una inercia rutinaria en el ritual de
despabilarse al lavarnos la cara y los dientes.
Durante el desayuno de este día en particular
el noticiero da cuenta de una matanza en París.
La libertad de expresión se estrelló contra el
odio asesino. La muerte selló la disputa sin razones en su mano.
La primera reacción es el repudio a los
asesinos y la solidaridad con las víctimas. Es la primera respuesta. Visceral.
Sin mayor análisis. Casi un reflejo de la conciencia.
Más tarde uno va reconstruyendo contextos.
Sumando datos. Agregando información. Recordando hechos de la historia
reciente.
Lo que a simple vista parecía un acto
irracional producto del fanatismo religioso va tomando otra dimensión.
Disputas de poder, intereses geopolíticos. Los
negocios más siniestros van dando forma a una pintura que ya no es en blanco y
negro.
Van surgiendo colores que matizan. Personajes
que no eran visibles en la escena de la sangrienta obra montada. Nefasta
teatralidad con millones de involuntarios espectadores.
Los guionistas de semejante espectáculo tenían
un solo fin. Tal vez con maquiavélicos pequeños fines colaterales.
Globalizar el miedo. Dejar la sensación de que
no hay un lugar seguro. Para crear la necesidad de reclamar protección ante
semejante locura.
Después de transcurrido un tiempo prudencial
del hecho podemos preguntarnos ¿fue una locura? ¿Un acto demencial? ¿La defensa
de una creencia?
O en cambio es una estrategia perfectamente
pergeñada para que no lo parezca.
Como en cualquiera de aquellas buenas películas
de espionaje que supimos disfrutar. Películas tan caras a las grandes productoras
internacionales y que tampoco son inocentes. Al igual que los otros medios de
comunicación van construyendo un sentido. Así como construyen a los buenos y
los malos que dirimen su lucha en la pantalla.
La realidad muchas veces supera a la ficción.
Seguramente con los siguientes datos se puede
construir una trama creíble que entusiasme a algún productor:
“Año 1980. Una potencia extranjera invade un
país asiático. La potencia enemiga arma, entrena y financia a quienes resisten
la invasión logrando expulsar al invasor. Como telón de fondo la riqueza
petrolera del país invadido.
“Año 2001. Un grupo de aquellos rebeldes
entrenados, cuyo jefe es un musulmán enjuto y barbado, comete un brutal
atentado en una ciudad de la potencia que los armó y entrenó. En realidad esa
es la versión oficial. Como siempre sucede en las buenas intrigas, se filtra el
dato de que pudo ser un autoatentado, cuyo fin habría sido lograr un recorte de
los derechos y garantías de los ciudadanos para poder “protegerlos” de hechos como
el sucedido.
“Año 2003. La potencia agredida en el 2001
invade una nación árabe para terminar con los crímenes del dictador que fue su
aliado durante muchos años.
“Aunque el verdadero objetivo es el petróleo.
“Año 2010.
Se producen revueltas populares en varios países árabes. La potencia que
el año 2003 invadió a una de las naciones árabes. Apoyó con mucha fuerza la
revuelta, como suele hacerlo: con financiamiento, armas y entrenando a los
sublevados. La sublevación recorre varios países y crecen los rebeldes que
luchan en contra de los estados constituidos. El apoyo recibido por la potencia
los hizo crecer desmesuradamente. ¿Se les fue de las manos a la potencia que
los apoyó?
Es una buena pregunta para los guionistas.
Porque esa potencia recibió el apoyo claro y específico de varios países
europeos en su ayuda a los sublevados.”
Tal vez ese film no se haga nunca.
Lo que es seguro es que existe una sangrienta
trama de intereses que buscan generar temor en la humanidad para que esta clame
por protección.
Para que luego vengan los protectores y así
quedarse con los recursos naturales y con los derechos y garantías de los
ciudadanos.
Pero los guionistas siguen pergeñando
estrategias de dominación y muerte. Como en el cuento “La carta escondida” para
que no los vean forman en la primera fila de los que manifiestan en contra de
los atentados.
Daniel Mojica
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