Un espacio para el cambio desde la política y la cultura. Correo: danielmojica@cuestioncultural.com.ar
lunes, noviembre 16, 2009
LOS RICOS Y FAMOSOS SON LOS ANTICUERPOS DEL SISTEMA CONTRA LO NACIONAL Y POPULAR
SOCIEDAD PARADOJAL.
MIRADAS DIFERENTES. ACTITUDES DIVERSAS. UNA MISMA RAIZ.
“El que mata debe morir” “nos están matando a todos” “esto ya parece Angola” “estoy harta de que no repriman” “no se puede salir a la calle porque te matan”.
Los ricos y famosos de la farándula salen a defender su espacio de impunidad amparada en el cholulismo y la cultura pasatista y vacía de contenido que tuvo su período de excelencia en la nefasta década del 90. Período en el que muchos hicieron la mayor parte de su fortuna, como cortesanos del poder, no sólo político, sino fundamentalmente mediático. Trabajando para los grandes “capitalistas” de los programas que más venden.
Aquellos que ven como un estigma trabajar para el estado, no se pusieron colorados devorando hamburguesas, que ponían enteras en sus bocas, como bufones sonrientes del sponsor que pagaba por el indigno espectáculo que le llenaría los bolsillos.
Otras, que supieron compartir cenas y fotografiarse sonrientes con represores asesinos, en las revistas que el mismo sistema crea para reciclarse a sí mismo y venderse como modelo a imitar. Hoy piden pena de muerte. Confirmando que aquellas fotos encierran convicciones profundas, respecto al tema de la muerte y de a quienes aplicarla.
Pensar que esta misma sociedad es la que también ha engendrado en su seno a una mujer como Estela de Carlotto, que nunca clamó venganza. Siempre reclamó justicia. Juicio y castigo.
Si miramos con ojos de la vindicta farandulezca, ¿acaso no tendría motivos para pedir venganza y llenarse la boca de muerte?
Pero no. Prefiere la vida. Y no debe haber sido fácil el camino recorrido ante un delito que prolonga su existencia mientras el ser amado no aparezca.
Al igual que las Madres de Plaza de Mayo. Defienden la vida y apuestan a una sociedad más justa, solidaria y equitativa.
¿Qué sociedad queremos?
¿La que pretende victimizar la pobreza?
¿La que estigmatiza a los que menos tienen y clasifica por color de piel y tipo de vestimenta?
¿La que hace del “fin justifica los medios” su razón de ser?
¿La que nos hace sospechar del vecino?
¿La que reclama voltear un gobierno porque se ocupa de los que menos tienen?
Casi sin darnos cuenta, pasamos de una sociedad que tenía un fuerte componente solidario, que festejaba los carnavales entre los vecinos de la misma cuadra con alegría casi adolescente.
A este presente de desconfianza paranoica.
No es casualidad.
La dictadura genocida cívico militar vino a arrancar de raíz esa sociedad solidaria, feliz, y del ascenso social laborioso, no a cualquier precio.
Es que el plan económico que el sistema de poder (que aún no cambió de manos) venía a imponer para que la riqueza generada se fuera de nuestras fronteras, una economía de producción primaria, sin industrias que sean competitivas con las del primer mundo, con científicos sin campo para investigar. Necesitaba para ser impuesto, la generalizada masacre de los cuadros más lúcidos que jamás hubieran permitido que se llevara adelante semejante desatino histórico para el desarrollo del país.
El genocidio cometido vino a sembrar la raíz del miedo. Porque el miedo disciplina a las sociedades.
Una sociedad con miedo pide orden, seguridad, un papá que la proteja.
¿De quien?
De los fantasmas que el mismo sistema crea para controlar a los individuos.
¿Por qué las cámaras y micrófonos del “partido mediático opositor” salpican sangre desde el noticiero más temprano?
¿Por qué luego los “ricos y famosos” salen como coro del sistema que les paga y los mantiene en los lugares número uno, a decir “nos están matando a todos”?
Porque una sociedad que reclama mejores salarios, mejor distribución de la riqueza, más empleo es una sociedad “conflictiva” para el sistema.
Cuando en realidad es una sociedad en crecimiento.
Y una sociedad en crecimiento más tarde o más temprano se enfrenta a un dilema inevitable. Que no se puede soslayar.
Si se genera más riqueza, más empleo. Tiene que haber un mejor nivel de vida. Una mejor distribución de la riqueza.
Aquí está el quid de la cuestión.
Para distribuir la riqueza de una manera más justa, el que tiene más debe ceder una parte de sus ganancias para que se repartan en el seno de la sociedad que genera esa riqueza.
Este es el fondo de la cuestión que se oculta o se pretende tapar con tanto palabrerío. Con tanta denuncia hueca. Con tanto griterío histérico en defensa de las posiciones sociales y los privilegios que el sistema les otorga por “pertenecer”.
Acá no se trata de que aquellos que más tienen, por el simple hecho de ser ricos, son “perseguidos porque se les envidia el éxito de la plata que hicieron trabajando”.
Se trata ni más ni menos, de que por una cuestión hasta de lógica y de sentido común, el que más tiene más debe contribuir en mayor medida.
Además, aquel que alienta la discriminación, la impunidad, la explotación, la corrupción, la falta de solidaridad, el enriquecimiento a cualquier precio, siempre será blanco de las críticas de quienes pretenden una sociedad más justa y solidaria.
Pareciera que se vienen tiempos en que los privilegios de unos pocos ya no son bien vistos por gran parte de la sociedad.
Entonces esos pocos se ponen nerviosos.
Parece que se vienen tiempos en que la palabra está siendo recuperada por esa parte de la sociedad que hasta ahora no aparecía reflejada en las cámaras y micrófonos del “sistema de poder”.
Por eso el sistema activa sus anticuerpos, que son esencialmente antipueblo.
Los “ricos y famosos” salen a poner su cara, su palabra, y su imagen en defensa del “sistema de poder” porque forman parte del mismo. Mientras sean funcionales al mismo obran como anticuerpos.
Daniel Mojica
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