Un espacio para el cambio desde la política y la cultura. Correo: danielmojica@cuestioncultural.com.ar
viernes, agosto 14, 2009
UN CUENTO PARA COMPARTIR
TAL VEZ
Rubén Alejandro Alegrini, está en el living de su casa, con sus hijos Juan Manuel de 17, y Lucía Milagros de 16. Miran viejas fotos familiares.
Los chicos están muy intrigados por las historias de juventud que siempre les cuenta su padre. Pues no logran congeniar la realidad e imagen actual de Rubén, con los relatos que este hace de su pasado rebelde. Una juventud con barba y bigotazos y posturas izquierdistas. No logran imaginar la habitación de soltero de su padre, en casa de los abuelos, con sendas fotos del Che Guevara y Eva Perón, pegados en las paredes.
Más bien piensan que es un ardid de su padre, para bajarle los decibeles a la belicosa postura de Juan Manuel frente a la realidad.
Para que esta vez no pase lo mismo que todos los veranos, en los que el padre zafa, diciendo que se olvidó las fotos, luego de contar alguna historia, los chicos optaron por arreglar todo con la madre.
Ella no se las olvidó.
Juan Manuel y Lucía Milagros se llevaron una gran sorpresa al ver las primeras fotografías. Al menos con lo de la barba y bigotazos, su padre no los ha engañado.
Hay una en la que parece un mejicano. Por esos bigotes, en la casa de Cecilia le llamaban “bigornia”.
En aquella época, ni miras tenían de casarse, pero los que luego serían sus suegros, siempre lo quisieron bien.
Por entonces tenían más coincidencias políticas que hoy.
Los hijos se ríen y festejan cada una de las fotos que van pasando por sus manos, mientras Cecilia y Rubén se miran felices.
Entre tantas, encuentran una en la que sus padres están abrazados, sentados a la mesa de un bar, junto a otra gente que no reconocen.
Lucía le pregunta a su madre quienes son.
Antes de contestar, Cecilia toma la foto para verla mejor. Cuando la acerca, Rubén también la observa. Se le nublan los ojos.
Allí se ve a otra pareja sonriente, tan abrazados y felices como ellos.
Cecilia y Rubén, no pueden evitar temblar ante el recuerdo.
La foto fue tomada en el año 1973, en un bar de la avenida Rivadavia.
La otra pareja, Hebe y Ernesto, son la primera pérdida que sufrieron, hacia fines del 75.
Ella compartió toda la secundaria con Cecilia. Ernesto y Rubén se conocían desde la primaria. Hebe era militante de la UES. Ernesto y Rubén militaban en la unidad básica del barrio.
Una noche hubo una peña para recaudar fondos, en un local partidario de San Telmo. Cecilia y Rubén se fueron antes. Iban a cine “Arte” para ver “La otra cara del amor” de Ken Russell, que comenzaba a la medianoche.
Al otro día en casa de los padres de Cecilia, se enteraron al ver el diario.
Pusieron una bomba en el local, y no quedó nada.
La triple A escribía su siniestra historia.
Los chicos ofrecen mate. Lucía lleva a su madre a la cocina y Juan Manuel se queda con su padre. Rubén disimula que ya pasó, y bromea con su hijo.
Durante toda la ronda de mates, encuentran la famosa foto del cuerto de soltero de Rubén.
Junto a una pared de fondo gris, flanqueado a la izquierda por una gran foto sobre fondo rojo. Allí, el rostro en un negro bien marcado, con la boina sobre la cabeza del comandante. Del otro lado, en blanco y negro, una imponente fotografía de Evita. Detrás de un micrófono en medio de un duro e histórico discurso.
La barba de Rubén era espesa y negra.
Lucía y Juan no pueden contener la risa y la admiración. Aunque sólo manifiestan la risa.
Al fin comprobaron que su padre no les mintió.
Pero muchas dudas aparecen.
Y como fueron educados para no quedarse con ninguna, vienen las preguntas.
Lucía expresa su perplejidad, ante este presente, que aquel pasado no anunciaba.
Juan Manuel es más incisivo, y hasta llega a insinuar, aunque sutilmente, una claudicación en los valores o ideales de su padre.
Aún cuando en el aire, flota el concepto de traición, nadie lo pone sobre la mesa.
Cecilia evidencia el malestar que le produce toda la situación, y la injusticia que, siente, están cometiendo sus hijos con el padre.
Rubén, entiende que es el momento de cruzar el puente que clausuró hace más de veinte años. Ahora, y de la mano de sus hijos.
Así, que pone palabras a tantos fantasmas que lo acosan desde entonces.
Cuando a la desilusión, se unió el más indescriptible dolor que fue capaz de sentir.
Rubén relata que conoció a Cecilia, gracias a Ernesto y también a Hebe, quienes ya eran novios desde un año antes.
Cierto día en una reunión, ellos le presentan a Cecilia. Desde ese día jamás se separaron.
Cecilia no participaba activamente en política, como sí lo hacía los otros tres miembros del grupo. Pero ella siempre los acompañaba. Y cuando estaban los cuatros solos, también daba sus opiniones, que no siempre coincidía con la del resto.
Cecilia y Rubén han mantenido innumerables charlas, antes y después que Hebe y Ernesto…las lágrimas por momentos entorpecen, pero liberan un tanto la angustia. Descomprimen el pecho, y permiten seguir hablando.
Cecilia fue siempre la que tuvo más claro, que llegado el momento de jugarse, el pueblo, por el que supuestamente estaban luchando, se iba a quedar tranquilamente en sus casas, mirando sus programas preferidos por televisión.
Aunque esa entelequia, que ellos llamaban pueblo, sintiera simpatía por su lucha y sus convicciones. Este ha sido el razonamiento que más los ha hecho discutir a los cuatro, en aquellas charlas.
Y, a su vez, el que más hizo pensar a Rubén, cuando la opción era pasar a la clandestinidad, o irse del país.
Allí radicó la sabiduría de Cecilia. En discernir, que muchas veces las opciones que les daban eran falaces., pero no se daban cuenta.
Ernesto y Hebe solían ponerse de muy mal humor; y si no la conocieran, la hubieran tildado de burguesa, cobarde y tantas otras cosas.
Lo bueno de Cecilia, es que siempre invita a razonar, y a encontrar la propia vía, antes que avanzar sobre la huella, trazada muchas veces sobre errores repetidos.
Hubiera sido un buen cuadro político, dice siempre Rubén, y también repite, que es una suerte que se casó con él.
Los hijos se miran entre sí, con una mezcla de incredulidad y maravillados. Porque si bien siempre han tenido un buen diálogo con sus padres, nunca se imaginaron que hablando tanto y tan seguido, hayan quedado tantas vivencias pendientes de ser compartidas.
No obstante comprenden, que tanto su madre, cuanto su padre les dicen que hay momentos, edades, etapas de maduración para comprender, y razonar comportamientos y actitudes de vida.
Esta es una de esas instancias, en que la relación entre padres e hijos es puesta a prueba. Como pasa con todas las relaciones afectivas, en determinadas circunstancias. Porque es cuando los diferentes valores y creencias, se ponen de manifiesto.
Y también la grandeza de cada uno.
Rubén recuerda, que luego de aceptar el razonamiento hecho por Cecilia, respecto de las falsas opciones, decide cambiar de plano el rumbo de sus actividades. Se inscribe en la universidad. Ya se habían mudado de barrio en busca de mejores aires. Trabajaba en una pequeña empresa en la oficina de personal, así que decide estudiar recursos humanos.
Pero lo determinante, sucedió hacia la mitad de ese año. Funesto por demasiadas circunstancias. Corría el año 1978.
En medio de la matanza más sanguinaria y cobarde que la historia querrá ocultar, el seleccionado nacional de fútbol, se consagraba campeón del mundo.
Quizás, podrían haber sido diferentes realidades, que en algún punto se rozaran.
Pero cuando se usó esa alegre circunstancia deportiva, como justificativo de que aquí no se avasallaba, torturaba y masacraba a una generación de argentinos, en tanto se mostraba al mundo, el merecido, tal vez, festejo que el pueblo argentino tributaba a sus futbolistas, las realidades se cruzaron definitivamente.
Y quedaron unidas en una atmósfera de complicidad, que cada quien analizará como mejor le parezca. Pero Rubén, recordó a Hebe a Ernesto, a tantos ignotos y queridos compañeros caídos, que sintió asco y vergüenza.
Se sintió traicionado, sin razón, por esa irreal construcción intelectual, que llamó su pueblo.
Como siempre, Cecilia aportó su cuota de claridad, que lo salvó del resentimiento.
Porque ella le recordó, que ninguno de los que festejó ruidosamente durante toda la noche, le había pedido que hiciera lo que hizo, ni lo que estaba dispuesto a hacer por ellos.
Es una cruda y cruel verdad. Pero verdad al fin.
Si bien desde su razón acomodó los argumentos como pudo, su corazón, no pudo permanecer indiferente; y el raspón quedó en su alma, empañando algunos destellos.
Juan Manuel, se acerca su padre con lágrimas en los ojos, y se abrazan.
Lucía, que está tomada del brazo de su madre, se suma al abrazo.
Cecilia los mira, radiante de felicidad, y con el llanto que se desata lentamente.
La emoción de Rubén, es infinita. No tiene palabras para agradecer tanto afecto.
Igual lo hace, con las que salen en su auxilio.
Más tarde, ya recompuestos todos, de los momentos que compartieron.
Rubén se siente en condiciones de hablar sin quebrarse.
Entonces, les dice a sus hijos que la solución más simple, quizás hubiese sido irse de la argentina.
Pero esa opción, además de hacerlo sentir que escapaba (como si alguien pudiera escapar de los propios ideales) lo ponía en los términos de una de las falsas alternativas. Y como la otra era sencillamente descabellada, no mereció el más mínimo tiempo de consideración.
De tal modo que lo más acertado le pareció dedicarse con la misma predisposición y energía, a desarrollar esa habilidad que encontró por azar dentro suyo. Que consiste básicamente en conciliar posiciones y fijar límites en pos de un objetivo común.
Por eso eligió esta profesión.
Después dijo algo, que al principio le pareció pertinente para su hijo Juan Manuel. Le dijo que no perdiera su espíritu rebelde y cuestionador, pero que no condenara a los que no pensaran como él. También le pidió que no se vaya a equivocar arrogándose la representación de la mayoría, ni de la minoría, ni siquiera la de algunos.
Que sólo hablara y respondiera por sí mismo, porque en definitiva todos tienen voz y palabras para decir lo que piensan y lo que sienten. Y que si alguien no lo hace, que se haga cargo de su silencio.
Luego dijo, que esto no pretende ser una apología del individualismo, porque nada te va a impedir que te agrupes, o te acerques a los que hagan, piensen y sientan como vos.
Sólo que sin pretender que los que asienten calladamente, en el momento que las papas quemen, van a estar junto a vos, para sacarlas del fuego.
Cuando terminó de hablar, se dio cuenta que también a Lucía podía serle útil esta reflexión.
Aunque, tal vez, sólo lo dijo para convencerse.
Daniel Mojica
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