La realidad no deja de mostrar paradojas, periodistas, comunicadores, que se quejan desde los medios que hay censura, que no hay libertad de expresión. Se quejan desde los medios de la corporación mediática del “periodismo independiente” que echa periodistas por no compartir la cobertura que la corporación hizo y sigue haciendo del conflicto de poder entre la patronal de “ese” campo y el gobierno elegido. Esa misma corporación mediática que se da el lujo de echar un cuerpo de delegados completo y le inventa causas penales para no permitir que reingresen a su lugar de trabajo. En tanto esa misma corporación mediante la voz de sus “periodistas independientes” tilda de autoritarismo al gobierno.
Es bueno, en estos momentos previos al envío al parlamento de una nueva legislación que regule y reglamente el servicio de medios audiovisuales, detenerse a analizar cómo se influye desde los medios en la opinión de la población.
Quiero aclarar que no soy sociólogo, ni psicólogo, ni experto en marketing o en publicidad, soy simplemente un ciudadano que se rebela cuando lo quieren inducir a tomar determinadas decisiones, a comprar determinados productos, a visitar determinados lugares, con estrategias varias que en muchos de los casos insultan mi inteligencia, porque me subestiman como ser pensante.
Tal vez me equivoque en la descripción del mecanismo que yo creo advertir en esas estrategias que nombro, pero lo que me motiva a escribir estas líneas es sacarme esta sensación de incomodidad que me produce ese intento de vulnerar mi toma de decisiones, que de alguna manera tienen que ver con mi forma de ser, con mi identidad.
¿Cuál es ese mecanismo? A ver, tenemos un comunicador, locutor, periodista, artista o deportista, que se ha sabido ganar la simpatía del televidente u oyente, por su manera de ser y exponer sus puntos de vista o simplemente por su profesión. Esta persona es contratada por el medio en cuestión o ya trabaja en el mismo, o tal vez sólo es contratada para determinada campaña de publicidad. Entonces, además de que nos vamos enterando de algunas cosas de su vida privada, también nos enteramos de sus gustos y de sus opiniones sobre la realidad. Desde la simpatía del personaje que representa frente a las cámaras o micrófonos (ya que muchas veces no se comportan de la misma manera fuera de las cámaras y sin micrófonos) sugieren determinados productos, emiten determinadas opiniones, convocan a determinadas acciones u omisiones, dicen que compran en determinados lugares, que usan determinadas marcas. Como complemento de este comentario deslizo una crítica a lo que se llama PNT (publicidad no tradicional) que es mostrar y nombrar determinados productos y marcas en los programas de ficción, en la que los actores funcionan como promotores de esos productos y marcas, en mi opinión bastardeando el trabajo de actor/actriz.
Volviendo al mecanismo, siento que se aprovecha del cholulismo de cierto segmento de la sociedad, explotando la supuesta relación que el personaje establece con el oyente/televidente. Como una manera de inducir a quien está del otro lado a compartir los criterios, gustos u opiniones de los famosos.
No es por casualidad que para las campañas de publicidad de determinados productos o servicios se recurre a estas personalidades.
O para convocar a las plazas del rechazo, a realizar apagones, cacerolazos, marchas contra la inseguridad o defender la pena de muerte.
Ante tanta impunidad provocada por el monopolio de los medios de difusión, que en los hechos atentan contra la libertad de expresión de todos quienes no nos sentimos representados por esta forma de difundir, ni por los mensajes que se difunden.
Hay que apoyar la nueva ley de servicios audiovisuales.
NO A LA UNIFORMIDAD INFORMATIVA. SI A LA PLURALIDAD DE EMISORES.
Daniel Mojica
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